-Callejón knockturn-

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    Alumbrada tímidamente por la precavida luna, recorría el Callejón Knockturn con serenidad. Debía ser pasada medianoche cuando entré en El Caldero Chorreante. A esas horas se disponían los últimos pucheros y las primeras copas. Mi presencia resultó imperceptible, con unos dispuestos a saborear el austero manjar y otros deseosos de apaciguar sus inquietudes con ginebra. La entrada al Callejón se encontraba en lo más recóndito del local, en un espacio angosto y oscuro. Una vez encontrado, avancé sin titubeos dentro del escondrijo y en cuestión de segundos ya estaba en la famosa área. Los inquilinos que la habitaban parecían sumidos en una especie de miseria y maldad generada por gusto: sus vestimentas se veían descuidadas, con una apariencia física ciertamente destartalada, aunque sus rostros reflejaban orgullo y soberbia. De vez en cuando se escuchaban risas estridentes que perpetuaban aún más la atmosfera siniestra del lugar. Alejándome del área comercial, acabé llegando a una callejuela que daba a la parte trasera de algún comercio abandonado. La calle tenía un ancho considerable y se veía bastante recogida aún su paradero. Tomando mi varita, empecé a trazar un circulo en el suelo sin pavimentar. Una vez hecho, le siguió una estrella interior con sus extremos invertidos: Un perfecto pentagrama tomó forma delante de mí.
    Tras crear los emblemas, venía “la cacería”. Pasé mis ojos por la extensión de tierra, buscando algún ser vivo vagando por el espacio, pero nada llegué a vislumbrar. Para lograr mi objetivo, realicé diversos hechizos alrededor del circulo: Si cualquier ser que se moviera pasaba por allí, sería capturado sin rechistar. No se hizo esperar, puesto que enseguida un pequeño zorrillo cayó en una de las trampas. Retenido de una patita, este forcejeaba con la trampa y se zarandeaba de forma demencial para tratar de escapar. Contemplando su vano esfuerzo, una macabra risotada surgió de mis fauces y el animal pareció estremecerse y detenerse, como si temiera aún más liberarse y encontrarse de frente con el monstruo del que había nacido aquel sonido.
    Contemplé por una última vez mi obra, asegurándome que la estrella yacía perfectamente alineada, y me dispuse a acercarme a mi víctima. Esta intentó retroceder al sentir los pasos en su dirección, pero permanecía aferrado a la trampa. Fruto de un acto de desesperación y supervivencia, comenzó a arañarse y morder su propia pata mientras estiraba hacía delante, dispuesto a desgarrarse para poder salir de aquel aprieto. Yo solo pude reír más: Aquel animal tan solo me estaba facilitando el trabajo. Cuando estaba a punto de tomarlo entre mis manos, un grito surgió del fondo del callejón, acompañado de rápidos pasos y una respiración entrecortada.
    - ¿¡Qué haces?!- gritó una voz femenina. Lo siguiente que sentí fueron sus manos contra mis hombros, provocando que perdiera el equilibrio y cayera de bruces contra el suelo.
    Alcé la mirada y me encontré con los ojos almendrados de Zaneris, sumidos en temor y rabia. Su labio temblaba levemente y parecía que en cualquier instante una lágrima surcaría su rostro.
    - ¿¡Se puede saber que haces con mi zorrillo?!- dijo de nuevo la chica, manteniendo la presión contra mi cuerpo e imposibilitando que pudiera erguirme.
    Miré el animal por unos instantes, que parecía perplejo y expectante por toda la inesperada situación. Volví mi mirada hacía Zaneris y sin un atisbo de empatía solté:
    - Ahora me pertenece.
    La única contestación fue una nueva sacudida por parte de Zaneris, apretándome con más fuerzas contra el suelo y haciendo que perdiera durante unos segundos el aliento.
    - Repítelo si te atreves.- dijo ella con hostilidad. Su rodilla se posicionó encima de mis costillas y empezó a hacer fuerza. Sin previo aviso, la articulación se separó levemente de mi cuerpo para volver de nuevo a su antigua posición con un golpe seco y potente. Sin poder remediarlo, maldecí entre dientes.
    Sin querer permanecer inmersa en aquella situación, aferré mi pierna diestra a la suya y haciendo impulso conseguí posicionarme yo encima de ella. Viendo que tenía las de perder, Zaneris balbuceó:
    - Devuélvemelo…
    Tras meditar por unos breves instantes, me levanté y deshice el hechizo que retenía al animal. Este al ser liberado salió corriendo, dispuesto a permanecer lo más lejos posible de su “casi” verdugo. De pie frente a ella y con la varita desenvainada, le advertí:
    - Consígueme otro animal o tendrás que ocupar el lugar de tu puto zorrillo.
    Zaneris se levantó con cierto recelo, sin dejar de contemplarme ni por un instante. Ya incorporada, pasó por mi lado y salió del callejón, perdiéndose entre las penumbras. Aunque no pudiera observarla, podía oír en la lejanía sus pasos que trazaban continuos círculos.
    Finalmente, se escucharon unos agresivos maullidos que prosiguieron con la reaparición de Zaneris. Entre sus brazos, yacía un felino de pelaje denso y negro , ojos amarillos con destellos verdes, cola corta y en su parte inferior mostraba zonas de color blanco. Luchaba contra su captor, tratando de arañarla con sus zarpas. Al ver el animal, no pude contener una genuina sonrisa pues reconocí las características de aquel gato y de quien su dueño se trataba. Lo siento Paige. Al final la noche iba a resultar más interesante de lo esperado.
    La muchacha se acercó hacía mí e hizo el gesto de tenderme el animal, como si quisiera dármelo y huir de aquella situación. Para su desgracia, yo tenía otros planes dispuestos para ella. Bajo su atenta mirada, introduje mi mano entre mis ropas y saqué una daga de plata. Esta se encontraba ornamentada con relieves fantásticos: Hipocampos, unicornios, dragones de suntuosas escamas, etc. Así, esta fue entregada a Zaneris, que perpleja la tomó sin decir palabra.
    - Haz lo honores.- musité y ella asintió.
    Ambas nos acercamos más al circulo y ella dispuso el gato justo en el centro del pentagrama. Con unas suaves palabras, el animal quedó encadenado a la tierra y se removía contra el suelo de forma ansiosa. Sus maullidos eran estridentes y desagradables, creándome la necesidad de arrancarle la lengua para que cesará. Sin embargo, un corte certero en su estómago fue suficiente para enmudecerlo. Los anteriores maullidos fueron substituidos por lastimeros ronroneos y de sus ojos empezaron a surgir destellos, como si rogara clemencia con su mirada. El siguiente golpe lo atravesó por completo, realizando un corte limpio y nítido. La sangre impregnó el dibujo, rociándolo todo de bermellón. Los antebrazos de Zaneris también se habían tornado rojizos a medida que procedía a desmembrar. Rodó una cabeza junto con las patas y los intestinos. Para culminar el acto, yo misma tomé la arma blanca y le atesté un último golpe contra su corazón.
    Ya era complejo considerar que toda aquella maraña cruenta había sido un gato. El dibujo se encontraba lleno de sangre, recorriendo cada línea y extensión que lo formaba. Perfectamente delimitado por el flujo de sangre, cogí de nuevo mi varita e incendié la figura. Postrándome ante el circulo, empecé a recitar antiguos encantamientos de las artes prohibidas y todo bajo la atenta mirada de Zaneris. Una vez culminé los ritos, me levanté y tomé de la mano a la otra chica, invitándola a recorrer corriendo el circulo. Con las manos entrelazadas, brincábamos y reíamos en torno al animal ejecutado. Aún manchadas de sangre, los saltos dieron paso al baile improvisado y, al son de nuestro propio frenesí, empezamos a movernos de forma rítmica. Zaneris giraba sobre su propio eje, yo chasqueaba los dedos con vehemencia. La llama también se erguía, como si quisiera formar parte de aquel repentino festejo. Cercanas al fuego, parecía que ardíamos, pero nos había cautivado. Había algo demasiado tentador en aquel arrebato de vida nacido de una muerte.
    Danzando de forma desenfrenada, poco a poco el fuego fue sucumbiendo y la oscuridad se preparaba para su sometimiento al alba. Las llamas habían consumido la sangre y el cuerpo desmembrado se había vuelto cenizas. Nuestros miembros yacían entumecidos tras tanto esfuerzo físico y empezábamos a sentir el frío propio del amanecer. Dejamos de bailar, soltándonos finalmente de las manos. Debíamos marchar antes de que alguien nos avistará.
    Zaneris sonreía aún, aunque sus ojos la delataban al mostrarse carentes de brillo. Sus ropas yacían sucias por la sangre seca y su cabello se había quemado levemente por el contacto reiterado con las llamas.
    - ¿Solo lo haces con animales?- preguntó de golpe ella, manteniendo aquella sonrisa intacta.
    - ¿Perdona?- cuestioné, dudando por unos instantes de lo que acababa de decir. Aunque ella estaba dispuesta a repetir la pregunta, comprendí que había dicho y contesté antes que pudiera volver a decirme palabra.- No, también personas.
    Ella asintió, sin mostrar temor por aquella afirmación. Agarró la daga, que ahora reposaba en el suelo, y cortó las mangas manchadas de su camisa.
    - Si vuelves a hacer algo así, avísame.- dijo ella, mirándome por una última vez con su entrañable sonrisa para así girarse y marchar rápidamente de aquel espacio.
    Sola ya en el callejón, cubrí con una fina capa de arena el circulo y también me dispuse a irme. Cogí la daga y deshice cualquier hechizo trampa que hubiera quedado activado ayer por la noche. Inhalando por una última vez el amado aroma a sacrificio, me retiré del lugar sin mirar atrás.
     
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