Expreso a casa

V
Expreso a casa

Se supone que debía estar feliz porque el año había terminado, a pesar de haber olvidado hacer algunos exámenes no había tenido el último puesto de la generación, tampoco es que le importara el número, ambos de sus padres estaban más preocupados en su felicidad y bienestar que el número que supuestamente tenía que definir su inteligencia, aún así, algo no le sentaba bien en el paladar.

Una vez terminaron los exámenes, se enfrentó a una batalla en contra de sus amigos Rhaegar y Raydel, había conocido a una agradable niña, presumiblemente de tercer año, ella se llamaba Electra, demasiado… ella era demasiado diestra en eso de la magia, la vio de primera mano -y muy aturdida por cierto- duelearse con Rhaegar para impedir que llegara a su guarida, sabiendo toda clase de hechizos para inmovilizarlo, ella lo hizo todo.

No quería desmeritar a Raydel ni a la otra chica que los acompañaba, Natalie, pero la dificultad que representaba Rhaegar al momento de defenderse era por mucho, un nivel superior -al de sí misma, no entendía cómo conjuraba a la velocidad de la luz, ella tan solo tomaba aliento y Rhaegar ya la había empujado, quitado la varita y petrificado.

En el último intento por obtener la victoria, le tiró una pocion al rostro, oh, eso había dolido como los mil demonios, pero la adrenalina de ganar contra él era tal que ignoró el punzante dolor para atacarlo, un poco ciega, por el líquido de la poción y la sangre que manchaba su frente, falló algunos ataques, no va a negar que fue ciertamente inutil sin una municion de piedras en su bolsillo pero Electra logró inmovilizarlo y quitarle su pañuelo.

Ganaron, claro que lo hicieron, aprovechó, por mucho, que todos contaban con orejeras o un material para cubrir sus oídos para gritar como nunca lo había hecho, fue emoción y dolor al mismo tiempo.

Fue a la enfermería, ciega y temiendo por su vida cada escalón mal dado pero feliz -posiblemente la sangre que empapaba su ropa y el llanto que no cesaba le hubiera indicado a cualquier persona que no, no se encontraba feliz-. Esperó, esperó un largo rato hasta que Rhaegar apareció, inesperadamente, estaba tan preocupada por llorar que no había escuchado sus pasos cuando se dirigió a ella, hasta que habló.

(Gran susto, pero Rhaegar no debería saberlo)

Tan solo se disculpó y ¿después? Después Rhae se había ido y ella no había podido explicarse, su amigo sonaba… tan triste… A ella no le gustó para nada eso, no soportó como su corazón se oprimió con el tono tan bajo que habló, no podía detenerlo, sus piernas temblaban cada que se levantaba y aún si pudiera hacerlo, abrir los ojos le era imposible.

Se quedó quieta, con la esperanza de que volviera y hablaran debidamente, le ardía la cara, si pero no había su culpa, ella había tratado de prenderle fuego y causarle una alergia todo con la intención de obtener la victoria ¿porque Rhae se sentiría tan culpable por eso? Estaba completamente justificado, él nunca hubiera tenido la intención de dañarla en una situación ajena al juego ¿cierto? Incluso cuando participaron en duelo.

Rhae no apareció por ningún lado, ni después de haber sido atendida en la enfermería, ni en la ceremonia de final de curso. Él no podía evitarla por siempre, se aseguraría de eso, tenían una platica, y si Rhaegar pensaba que atacandola con una pocion cualquiera iba poder librarse de ella, debía considerar entonces hacer algún pacto satánico, porque ella lo seguiría hasta el fin del mundo, eso hacen los amigos ¿no es así?

No había escrito la carta que debía, aún debía usar la lechuza de sus padres para poder hacer llegar el mensaje pero comenzaba a idear el contenido ¿como debería empezar?

¿”Querido Rhaegar”? ¿”Mi amado y querido amigo Rhaegar”? ¿O algo más denso como “Lamento darte malas noticias pero tu gato murió”?

Lo averiguaría, por el momento, podía mirar por la ventana, contar los arboles a la distancia y comenzar un juego tonto con su novia -ya presentada- de “yo veo” para pasar el tiempo hasta llegar a Londres. Oh Rhaegar, estás en grandes problemas.